domingo, 24 de agosto de 2008

El taxidermista.(tercera parte)


3
Françoise.

Françoise Evander era la hija del famoso vendedor de telas Charles Evander. Un embarazo precoz y su posterior aborto la habían alejado de su familia. Caminó las calles de París sufriendo el frío y el hambre de los desposeídos. Mendigó en los mercados y en las plazas, durmiendo siempre a la intemperie, soportando todos los climas: desde el frío más intenso en invierno hasta el calor más sofocante en verano y todos los intermedios. Hasta que un día para bien o para mal dio con ella monsieur Gustave Ravenna. El mayor tratante de blancas de París, junto a el y a madame Royale (su mentora), Françoise aprendió el arte de la prostitución.
Ingresó a los dieciséis años como pupila en la maison del parque (una famosa casa de putas de la época), donde con cariño y rigidez madame Royale le enseño a sentir amado a un hombre a pesar de sentir la mas abyecta repulsión hacia el. Aprendió a soportar los hedores de los viejos repugnantes que frecuentaban la maison y a evitar por sobre todas las cosas posibles enamorarse. Françoise media un metro setenta y siete, su cabello era largo y de un color rojo rubí, su piel era de un color rosado suave, sus ojos verdes y luminosos como dos esmeraldas y su figura perfecta, podría decirse que Françoise era el sueño de todo hombre. Hubiese sido una digna hija de Afrodita y Zeus.
Los cinco años que había pasado en la maison le habían hecho ganar una reputación admirable, todos los viejos carcamanes de la corte aspiraban a pasar una noche con ella, no había hecho una gran fortuna ya que el dinero en su mayoría iba a parar a las arcas de Gustave Ravenna, solo unas pocas veces lograba ciertas dádivas de algunos ancianos miembros del clero que para mitigar su culpa por el pecado cometido le otorgaban algunas piezas de oro junto con la absolución de todos sus pecados.
Françoise ya estaba harta de esta vida, no tenía libertad alguna, trabajaba los trescientos sesenta y cinco días del año. Y con cada día que pasaba su desprecio hacia la clase alta iba en aumento. Solo quería largarse de allí. No le importaba a donde, no le importaba tener que dormir de nuevo en las calles ni mendigar por un trozo de pan rancio en el mercado.
Haría cualquier cosa por no tener que soportar al duque de Saint-Denis y su anormal lascivia.
Françoise se puso su vestido color Bordó, se empolvo la nariz y cuando estaba decidida a enfrentar y soportar durante toda la velada al duque un repentino cambio de humor la hizo modificar lo que madame Royale le había programado para esa noche. Cuando nadie se lo esperaba Françoise Evander se escapo de la mansión sin que nadie la viera, atravesó la puerta principal casi como si fuera un espectro, ella estaba convencida de que si se lo proponía podía pasar desapercibida delante de todos, lo concebía mas como una facultad mental que corporal, argumentaba que la mente podía engañar al ojo humano. Y al parecer esa noche lo había demostrado, porque a pesar de su atractiva figura nadie en la maison la había visto salir.
El duque de Saint-Denis esperaba ansioso en una de las suites privadas que la hermosa Françoise atravesara la puerta, triste fue cuando quien atravesó la puerta fue la figura entrada en años de madame Royale con la amarga noticia de que la pequeña Françoise había desaparecido, pero que con gusto Anna ocuparía su lugar y haría las cosas mejor que la irresponsable de Françoise. El duque se levantó apretó sus puños y lanzó un insulto a la madama y se fue azotando la puerta. Madame Royale maldijo el día que había conocido a Françoise y se prometió que esta no se la dejaría pasar por alto.
Françoise caminaba por boulevard Saint-Germain. Estaba feliz, había huido de los brazos del duque. La vida en la maison la tenia harta, pero no había manera de escapar. Estaba atada a la voluntad de sus mentores madame Royale y monsieur Ravenna.
Necesitaba un consejo, necesitaba saber como demonios salir de allí, se rumoreaba que una de las pupilas había logrado escapar, tal vez era un mito, pero no perdía nada con tratar de corroborarlo, por eso se dirigía a Pont Tournelle a estas horas de la noche.
Pasó por la desierta plaza del mercado y recordó sus días de miseria cuando se cobijaba en los arbustos y se tapaba con los trapos hediondos que desechaban los feriantes. Recordó las épocas en que mitigaba su hambre recogiendo las frutas podridas desechadas por los tenderos, también pasó por su cabeza los días en el hogar paterno donde era tratada como una princesa, donde su padre le regalaba los mejores vestidos confeccionados con las mejores telas de Florencia y donde comía los mejores platos. De todo eso ya había pasado mucho tiempo. No valía la pena aferrarse a un pasado que jamás volvería, era mejor buscar un futuro alejada de todo lo que la apenaba.
Llegó portando su elegante vestido bordó hasta el puente. Caminó erguida sin bajar la cabeza en ningún instante. Observó la mirada desafiante de las putas acodadas en el puente, ella no quería terminar así, sin duda que no lo quería.
Trató de encontrar un rostro familiar entre las putas, alguna de ellas tendría que haber pasado por la maison alguna vez.
La tensión iba in crescendo, Françoise sentía que en cualquier momento iban a lanzarse sobre ella y deshacerla a rasguños, Françoise siguió con paso firme. Solo tenía un nombre en la cabeza y antes de que las putas se lanzaran sobre ella habló:
-Marianne Varney –un murmullo se produjo entre las mujeres. Un cotorreo que no lograba ser descifrado por Françoise.
La muchacha se de detuvo y tomó aire, fue mas que eso. Llenó sus pulmones con el aire viciado del puente y alzó su vos:
-Estoy buscando a Marianne Varney, ¿está ella aquí?
En el otro extremo del puente una figura se puso bajo la tenue luz de una farola, se paró firme con las dos piernas semiabiertas y los dos brazos en jarra.
-¿Quien la busca? –preguntó la figura.
-¿Es usted? Mi nombre es Françoise y necesito ver a Marianne.
-Mademoiselle Françoise ¿Qué la trae por aquí? –Contestó la silueta que estaba debajo de la farola-. Me imagino que no vendrá a robarnos la escasa clientela –el resto de las putas rieron como hienas.
-¡Necesito hablar con usted!
-¿Hablar? Ninguna de nosotras está aquí para hablar, estamos trabajando mademoiselle.
-¡Le pagaré! –afirmo Françoise.
-Tampoco nos interesa tener relaciones con mujeres –contestó Marianne sarcásticamente. El resto de las arpías comenzaron a lanzar carcajadas burlonas.
-Necesito ayuda y usted es la única que me puede ayudar –le dijo Françoise mientras le arrojaba un saco de cuero lleno de monedas. La bolsa cayó pesadamente ante la silueta de Marianne. Con una gracia y delicadeza (fruto de su paso por la maison del parque) se agacho y recogió el saco de cuero, lo sopeso con su mano derecha y miro a la muchacha a los ojos.
-Aun no te he dicho si soy Marianne.
-Si no lo eres. Sin duda has pasado por las manos de monsieur Ravenna y eso también me sirve.
Marianne guardó el saco con las monedas en su abrigo y le hizo una seña con la mano.
-Puedes pasar putita –contesto Marianne con una sonrisa picaresca. Françoise siguió a la puta hasta una antigua casona a orillas del Sena, lugar que servia para atender a la clientela del Pont Tournelle (en su mayoría marineros), también allí vivían las prostitutas del puente y sus alrededores.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

interesante cambio de protagonista, qué se traerá entre manos la puta esta?

veremos...

Jardinero del Kaos dijo...

pues chaval que puede traer una puta entre manos!!!
eso quedo claro en la charla de ayer.

Anónimo dijo...

claro qué sí: contactarse con los mutantes espaciales para someter al tullido a crear un robot gay que conquiste al mundo con su perro parlanchín!

g. dijo...

Lamento informar que en un libro de Boris Vian llamado "Que se mueran los feos" hay un perro parlanchin.

Entre tantas, pero tantas otras cosas.

PD: No leí el cuento y contesté lo de Graves en el otro lado.
El otro día casi compro los dos tomos pero al tenerlo en las manos me dio un prurito realmente no pude comprarlo.
Es un libro especial para mi también, aunque no lo tengo.
Saludos.

Robar es delito penado por la ley...

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