domingo, 13 de julio de 2008

Historia de un amor estupido




Laura salió del colegio. Era alta, delgada y de una figura exquisita. Llevaba puesto su uniforme desalineadamente: la camisa afuera, el nudo de la corbata desecho y las medias caídas. El jumper extremadamente corto que llevaba la convertía en un objeto de deseo que no pasaba desapercibida ante ninguna mirada. Se despidió de sus amigas y se encamino hacia la cita que había estado esperando durante las aburridas horas de clases.
Sacó un espejito de su mochila y se retocó el delineador negro de sus ojos y arqueó un poco más sus hermosas pestañas. Acto seguido se soltó su largo cabello castaño dejando su hermoso rostro enmarcado en el. Se pasó un poco de brillo en sus carnosos labios rosados y siguió su camino hacia la tan esperada cita, deseosa ya de ver a su novio.

Esteban Cruz estaba harto de llegar tarde al trabajo, estaba harto de las cagadas a pedos de su jefe. Básicamente estaba harto de todo en su vida, pero hoy todo iba a cambiar, hoy Esteban Cruz iba a llegar temprano al trabajo. Hoy iba a escupirle a su jefe todo lo que tenía acumulado desde el día que se había instalado en esa puta oficina.
El despertador sonó media hora antes de lo habitual, tal como lo había programado la noche anterior. Desayunó apurado, se bañó, se afeitó y se calzó su aburrido traje azul. Con su corbata negra y los viejos mocasines gastados que se rehusaba a cambiar.
Miró su reloj, y se dijo que tenía tiempo de sobra. Acomodó su corbata por última vez y salió rumbo a la estación de trenes. Se podría decir que la vida que le había tocado en gracia a Esteban Cruz no era la mejor de todas, pero era lo que le había tocado.
Según sus planes tomaría el tren de las doce y veinticinco. A las doce y cuarenta llegaría a destino, caminaría las cuatro cuadras que separaba a la estación de trenes de la oficina y a las doce y cincuenta y cinco estaría marcando tarjeta.

Claudio se despertó justo a las doce, afortunadamente tuvo el tiempo para pegarse una enjuagada, perfumarse y llegar a tiempo a su cita con Laura.
Se vistió con la misma ropa que se había puesto ayer, ya que apenas la había usado un par de horas y aún no apestaba.
Calentó una taza de café en el microondas y se lo trago a toda prisa, se encaminó hacia el baño para cepillarse los dientes, pero al observar su reloj se consoló pensando que con un chicle de menta bastaría para matar el mal aliento.
Se apuró demasiado, quizás si se hubiese demorado unos minutos en cepillarse los dientes o en tomar un desayuno decente. No hubiese ocurrido lo que le toco vivir.
Claudio estuvo a la hora acordada en el molinete del paso a nivel de las vías. Miraba el reloj una y otra vez y se preguntaba: ¿Dónde demonios estaba Laura? Resoplo y pensó que de haberlo sabido hubiera tomado una ducha decente y tal vez se habría cepillado los dientes.
Mientras Claudio esperaba, Laura seguía maquillándose a un par de cuadras de allí y en otro lugar de la ciudad Esteban sacaba su boleto para viajar en tren. En ese mismo momento el reloj de los tres marcó el minuto veinte, Laura estaba retrasada, Esteban llegaba al andén justo a tiempo y Claudio ya estaba harto de esperar.

Los ojos de Laura y Claudio chocaron, apenas separados por cuatro rieles, algunos durmientes y mucha grava. Se estupidizaron, Laura estaba lista para lanzarse a los brazos de su amado, en ese mismo momento Esteban Cruz subía al tren que lo conduciría a su lugar de trabajo justo a tiempo, pero para los enamorados el concepto de tiempo había desaparecido de sus mentes. Laura se dispuso a cruzar, pero gracias a dios vio que el tren de las doce y treinta y cinco se aproximaba, pospuso ese tan esperado abrazo para dejar pasar el tren, mientras miraba los ojos de su amado a través de los espacios vacíos entre vagón y vagón. Una vez que hubo pasado el tren laura se lanzo a los brazos de su amado sin advertir que en ese punto el tren que partía se cruzaba con el que llegaba.
Fueron cuatrocientos los metros que fue arrastrada Laura por el tren, momento en el que el maquinista pudo detener el “Leviatán” de acero que conducía.
De la hermosa Laura solo quedo su pie derecho, el resto de su cuerpo fue triturado de tal manera que de no haber sido visto por Claudio hubiera sido imposible reconocerlo.

En cuanto a Esteban Cruz, su suerte no fue mejor que la de Laura, o la de Claudio, o de las otras cuatrocientas treinta y ocho personas que viajaban en el tren de las doce y veinticinco. El tren estuvo demorado hasta las quince y veintiocho, momento en el que los bomberos lograron recoger el último trozo de lo que alguna vez había sido una hermosa joven de dieciséis años.
Esteban jamás llegó a la oficina, al retornar a su casa se encontró con un mensaje de su jefe: “Señor Cruz esta usted despedido, sus constantes ausencias y llegadas tarde lo convierten en un empleado ineficiente para nuestra firma”
Esta cruel y triste historia nos lleva a una cruel conclusión: Estúpidos adolescentes que crean estar enamorados, chequeen los horarios del ferrocarril, o aun mejor. Jamás se citen con alguien cerca de las vías. En definitiva seria mejor no enamorarse nunca, de esa manera se ahorrarían un millón de problemas.
Esto está dedicado a todos aquellos que piensan que el amor es ciego. Reconsideren este punto de vista: el amor no es ciego, es infinitamente estúpido.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Triste debut de un corazón despechado que aún espera su tren.

Pero no te preocupes!

Mejor tarde que nunca... estúpido!

Pedro dijo...

Hoy conseguí un blog que plagió 3 de mis posts. También plagió este post de tu blog. Esta es la entrada en el otro blog:

http://unconsciouspiral.blogspot.com/2008/08/amor-estupido.html

Berserkwolf dijo...

jajajajajajajajajajaja
me agrada la moraleja final jaja

Robar es delito penado por la ley...

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