martes, 19 de agosto de 2008

El taxidermista.(segunda parte)


2
El beso perfecto.

No hacia mucho que Demian Orville había cumplido trece años y el mejor regalo que pudo ocurrírsele a su padre fue pagarle a una puta para que convirtiera a ese grasiento manojo de fealdad en un hombre de verdad. Jacques Orville podía permitirse pagar a la puta más cara de París y mucho más que eso. Llevo al muchacho a la maison le Parc. Un exclusivo club de caballeros donde las mejores prostitutas de París ofrecían sus servicios a aristócratas y miembros de la realeza.
Jacques invirtió varias monedas de oro para que su hijo pasara la noche con Marianne Brodie la mejor de todas las putas de la maison. Marianne no era asidua a rechazar propuestas tan suculentas monetariamente hablando, pero al ver al joven Demian acercarse a ella aumento sus honorarios al doble y aun así no fue de lo más profesional con el joven Orville. Con una serie de trucos y caricias en los lugares indicados hizo que el muchacho tuviera su primer orgasmo, sin dejar que este posara sus asquerosas manos sobre ella. En menos de quince minutos Marianne devolvió al muchacho a su padre.
­­-Jacques me has traído un niño. Te devuelvo un hombre –dijo Marianne riendo.
Sus experiencias posteriores con las mujeres tampoco fueron muy alentadoras. Cada vez que se acercaba a una puta esta lo miraba con desprecio. Luego a la hora de negociar las condiciones del pago por los servicios, siempre debía humillarse y acceder a las exorbitantes sumas de dinero que las rameras le pedía. Todas lo evitaban, pero Demian no entendía de mucho de indirectas y seguía insistiendo y humillándose noche tras noche con las putas del Pont Tournelle.
Tarde o temprano, tal vez por cansancio o necesidad todas terminaban accediendo a satisfacer las necesidades fisiológicas de Orville, pero jamás había conseguido que ninguna le diera un beso. Ante tal negativa Demian comenzó con una serie de experimentos con el fin de prodigarse aquello que las mujeres le negaban.
Había intentado simular los labios de una dama con diferentes materiales orgánicos, había probado todo tipo de labios y formas de bocas posibles. Había incursionado en la zoofilia en la búsqueda de eso que desconocía y deseaba tanto. No sentía ningún reparo en meter su boca en las fauces de un perro y revolver la lengua del animal con la suya. También había probado con cerdos, con ofidios y hasta con aves, pero no había manera de saber que tan cerca estaban estas experiencias de un beso humano.
Necesitaba material orgánico humano para seguir con sus experimentos y el mejor lugar para conseguirlo era el cementerio de Père-Lachaise.
Durante un par de noches merodeo por el lugar a la espera del descuido de un guardia. La única manera de que estos se descuidaran era poniéndoles monedas en las manos. Así que Demian no tuvo más remedio que sobornar a uno de estos. Lo que pedía Orville no era simple: tenia que ser el cadáver de una joven. En principio debía ser bella, su muerte tendría que haber sido por causas naturales y no debía llevar muerta más de veinticuatro horas.
La espera se hizo un algo larga, no todos los días fallecían jóvenes con estas características. Demian Orville había cambiado sus noches casi placenteras en Pont Tournelle por unas aburridas camitas por Père-Lachaise revolviendo sepulturas.
Una de esas tantas noches cuando el sol comenzaba a asomarse el taxidermista se topó con una tumba en la que no había reparado nunca. Era de lo más simple. La lapida no era ostentosa solo unas pocas palabras y unas fechas:
“Marie Lange. Amada hija. 1711-1729”.

La tierra alrededor estaba húmeda, eso significaba que el entierro había sido reciente. Pidió una pala al cuidador, debió hacer todo con gran velocidad ya que el día avanzaba inexorablemente. Al abrir el cajón se encontró con uno de los más hermosos rostros que había visto. Marie era pelirroja de una tez blanquecina, ahora mucho mas acentuada por el hecho de que llevaba un día muerta. Sus labios eran perfectos (justos los que Demian tenia en mente) y el resto de su cuerpo armonioso. Si no estuviera muerta la haría mi esposa pensó Demian, el cuidador también, solo que no lo ocultó.
-Si no estuviera muerta la haría mi mujer, ja, ja, ja –rió el viejo-. Debe apurarse si quiere salir de aquí con el cadáver entero sin que lo vea nadie.
-No voy a llevarme el cadáver, solo necesito la cabeza.
Y así fue. Cuidadosamente el taxidermista desprendió la cabeza con cuello incluido del torso de la finada, lo coloco en una bolsa y se marchó. Por unas monedas más el cuidador se encargo de encubrir la profanación.
Ese día orville no abrió su taller, se dedico pura y exclusivamente a trabajar en la cabeza de Marie. No solo en la conservación de la misma, sino también de convertirla en un autómata.
En su juventud Demian había maravillado a varios nobles fabricándoles autómatas con animales muertos. Podía lograr que mediante un mecanismo hecho a partir de hilos un pavo real abriera las plumas de su cola o que un lobo hiciera un movimiento de fauces amenazador. Y esto era lo que precisamente se disponía a hacer con la cabeza de Marie. Demian no era un anatomista, no tenia la mas puta idea de como funcionaba el cuerpo humano, solo sabia que estaba lleno de vísceras y órganos de los cuales no tenia el menor interés en conocer cuales eran sus funciones. El solo se limitaba a extirparlos y a reemplazarlos con hierbas, bálsamos y madera.
En el caso de la cabeza de Marie, Demian se proponía a hacer algo único. Darle vida.
Primero trato la piel con esencias preservantes, se aseguro de despojar de todas las cavidades de vísceras que pudieran llegar a descomponerse en un futuro inmediato, luego comenzó a entretejer hilos bajo la piel de Marie para generar los futuros movimientos musculares.
Fue un trabajo arduo, pero el resultado final valió la pena. La cabeza podía reproducir todos los gestos y muecas de un rostro vivo. Mediante unos aspersores logro que la boca y la lengua siempre se mantuvieran húmedas.
Con solo jalar un hilo: Marie podía sonreír, masticar, arquear las cejas, abrir y cerrar los ojos y todo lo que Demian quisiera.
Ese día iba a prodigarse algo que siempre le había sido negado, aquello que tanto deseaba: un beso.
Este fue solo el comienzo. Todos los días Demian probaba nuevas maneras de besar, inventaba besos, los numeraba, los catalogaba y anotaba minuciosamente en un cuaderno que guardaba celosamente. En el describía la forma de cómo proceder al besar a una dama. Todo escrito cuidadosa y puntillosamente. Y perfectamente detallado con ilustraciones.
Era abril de mil setecientos treinta y a estas alturas Demian orville había catalogado trescientos cincuenta y tres besos, pero seria el numero trescientos cincuenta y cuatro el que le depararía una sorpresa. La cabeza incorruptible de Marie pasaba la mayor parte del día oculta en una caja para sombreros, pero por las noches Demian hacia de ella un parque de diversiones: a veces la besaba suavemente y la acariciaba el cuello con ternura. Otras veces pasaba del más sincero cariño al más abyecto desenfreno besándola violentamente. Muchas de esas veces se quedaba con pedazos de Marie entre sus labios.
En una de esas largas sesiones Demian percibió como el autómata reaccionaba a uno de sus besos. El trescientos cincuenta y cuatro produjo en la cabeza de Marie una reacción impensada para una cabeza que llevaba mas de un año muerta, tal vez Orville había jalado uno de los hilo sin querer y había provocado una reacción involuntaria en la cabeza. Pero Demian no recordaba haber puesto un hilo para ese movimiento.
La expresión en el rostro de Marie era de enamoramiento, sus mejillas se habían sonrojado, sus ojos tenían una mirada de encantamiento y sus labios tenían una sonrisa vergonzosa. Demian quedo perplejo observando la reacción de la cabeza. Repitió el beso para asegurarse de que no era una ilusión óptica o que se estaba volviendo loco. Para su sorpresa el reflejo fue el mismo. Probó una y otra vez para cerciorarse de que no estaba alucinando y el resultado fue siempre el mismo.
Si podía lograr tal reacción con un cadáver, las posibilidades con una mujer viva eran más que alentadoras.
Demian orville sentía que el mundo estaba en sus manos.

3 comentarios:

g. dijo...

El principio me pareció medio flojito comparado con el tono del primero, pero luego va tomando ritmo, según mi opinión.
Me gustó el toque "fantástico" de la reacción del beso, me pareció sinceramente que el final fue muy interesante.

Quiero seguir viendo para donde va la historia, cuando lleguemos a un final hay que leerlos todos de nuevo y ver bien que onda, ¿No?

Desde mi punto de vista, y esto es muy personal, creo que algunas veces se te escapa un tono medio informal a un texto que venía muy formal.
A ver, me explico, a veces en algún momento (Quizá un termino inadecuado en el tono general del relato) me hizo pensar que le habías perdido el tono.
Espero que no te lo tomes a mal, es más, te digo. A mí también me lo han dicho en un texto sobre Esquilo.

Saludos, seguí escribiendo esto o cualquier cosa que ya tenes dos lectores seguros.

Anónimo dijo...

simplemente me encanta

tropezones aparte, me encanta que sea tan negro, vil, mediocre, sucio, lo más bajo de lo más bajo

el personaje, humillante, asqueroso, alguien sin nada que perder

por momentos me despierta sonrisas tétricas

vos con un teclado sos peor que un mono con navaja

seguí, acá estamos

ai dijo...

oscurito.. y hermoso..

Robar es delito penado por la ley...

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